viernes, 29 de junio de 2012



HAY VECES QUE NO SE GOZA EN EL MAR



Este verano tres amigas y yo fuimos a “Pulpos”, una playa en el Sur, que es segura y generalmente no acude mucha gente. El día era ideal, el sol resplandecía y el sonido de la brisa del mar era encantador, completamente relajante. Antes de darnos un baño entre las olas, todas decidimos echarnos un rato en nuestras toallas para broncearnos. Luego de media hora mis amigas me dijeron que ya querían entrar al mar, pero yo decidí quedarme un rato más.
Me llamaban para que vaya a bañarme con ellas y así pasar un buen rato, fue el momento en el que comencé a  dirigirme hacia el mar, caminando por la orilla, de pronto me di cuenta que unos metros más allá ya no habían piedras donde pisar. Ellas me decían que siga hasta llegar donde se encontraban, que no me pasaría nada porque el mar estaba calmado y además ellas que sabían nadar me iban a coger. Confiando en lo que me decían, decidí dar unos pasos más, fue entonces cuando sentí un gran temor, como nunca antes me había pasado en el mar y me vino a la mente una peligrosa experiencia. Recordé que un verano, hace nueve años, fui a una playa de Santa Rosa con toda mi familia, una playa conocida por tener unas olas muy “bravas”, solo íbamos a pasarla bien bajo el sol y frente al mar, nadie tenía intención de bañarse, por los rumores que ya conocían mis padres y mis tíos. Mis primos que tenían 5 años más que yo, me animaron para hacer unos castillos de arena y por supuesto acepté. Todo estaba divertido, mi familia estaba cerca a nosotros cuidándonos para que no entremos al mar. Cada cierto tiempo mis primos, por ser mayores, iban a la orilla con un baldecito para sacar agua y de esa manera armar unos castillos más sólidos y bonitos. Fue entonces cuando mi prima tomó una decisión equivocada y me mandó con el baldecito por un poco de agua, siendo yo una niña, inocentemente me acerqué a la orilla, pero la ola venció mi cuerpo y me arrastró hasta un lugar en donde no había piedras donde  apoyarme. El susto era inmenso y más aún la desesperación. Me iba hundiendo lentamente, gritaba tratando de pedir ayuda pero solo salían burbujas de mi boca, ya no veía nada, hasta que se me ocurrió levantar mis pequeños brazos y fue cuando sentí que una fuerte mano me levantaba, era un señor alto y robusto que visualizó el momento en el que me estaba ahogando y cargándome me llevó hasta donde estaba mi familia. Fue una situación que duró segundos, pero para mí fueron horas. Mi mamá cuando me vio se asustó y sorprendió mucho, porque solo se distrajo un pequeño momento, unos segundos, y todo pasó. Me pusieron de espaldas y de mi boca salían solo arena y agua. Me salvé de morir. Desde ese momento mis padres tienen miedo de dejarme ir sola a la playa, por la mala experiencia que pasé junto con ellos. Y aprendí que el mar es traicionero.
Todo eso pasó por mi mente velozmente y le dije a mi amiga que me iba a quedar en la orilla disfrutando de olas pequeñas, que cuando estemos sentadas en la arena le contaría el por qué. Ella no insistió, tal vez vio mi cara de temor, y me quedé contenta en la orilla gozando del día.
B.R


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