HAY VECES QUE NO
SE GOZA EN EL MAR
Este verano tres amigas y yo fuimos a “Pulpos”, una playa en el Sur, que es segura y generalmente no acude mucha gente. El día era ideal, el sol resplandecía y el sonido de la brisa del mar era encantador, completamente relajante. Antes de darnos un baño entre las olas, todas decidimos echarnos un rato en nuestras toallas para broncearnos. Luego de media hora mis amigas me dijeron que ya querían entrar al mar, pero yo decidí quedarme un rato más.
Me llamaban para que vaya a bañarme con ellas
y así pasar un buen rato, fue el momento en el que comencé a dirigirme hacia el mar, caminando por
la orilla, de pronto me di cuenta que unos metros más allá ya no habían piedras
donde pisar. Ellas me decían que siga hasta llegar donde se encontraban, que no
me pasaría nada porque el mar estaba calmado y además ellas que sabían nadar me
iban a coger. Confiando en lo que me decían, decidí dar unos pasos más, fue
entonces cuando sentí un gran temor, como nunca antes me había pasado en el mar
y me vino a la mente una peligrosa experiencia. Recordé que un verano, hace
nueve años, fui a una playa de Santa Rosa con toda mi familia, una playa conocida
por tener unas olas muy “bravas”, solo íbamos a pasarla bien bajo el sol y
frente al mar, nadie tenía intención de bañarse, por los rumores que ya
conocían mis padres y mis tíos. Mis primos que tenían 5 años más que yo, me
animaron para hacer unos castillos de arena y por supuesto acepté. Todo estaba
divertido, mi familia estaba cerca a nosotros cuidándonos para que no entremos
al mar. Cada cierto tiempo mis primos, por ser mayores, iban a la orilla con un
baldecito para sacar agua y de esa manera armar unos castillos más sólidos y
bonitos. Fue entonces cuando mi prima tomó una decisión equivocada y me mandó
con el baldecito por un poco de agua, siendo yo una niña, inocentemente me
acerqué a la orilla, pero la ola venció mi cuerpo y me arrastró hasta un lugar
en donde no había piedras donde apoyarme.
El susto era inmenso y más aún la desesperación. Me iba hundiendo lentamente,
gritaba tratando de pedir ayuda pero solo salían burbujas de mi boca, ya no
veía nada, hasta que se me ocurrió levantar mis pequeños brazos y fue cuando
sentí que una fuerte mano me levantaba, era un señor alto y robusto que
visualizó el momento en el que me estaba ahogando y cargándome me llevó hasta
donde estaba mi familia. Fue una situación que duró segundos, pero para mí
fueron horas. Mi mamá cuando me vio se asustó y sorprendió mucho, porque solo
se distrajo un pequeño momento, unos segundos, y todo pasó. Me pusieron de
espaldas y de mi boca salían solo arena y agua. Me salvé de morir. Desde ese
momento mis padres tienen miedo de dejarme ir sola a la playa, por la mala
experiencia que pasé junto con ellos. Y aprendí que el mar es traicionero.
Todo eso pasó por mi mente velozmente y le
dije a mi amiga que me iba a quedar en la orilla disfrutando de olas pequeñas,
que cuando estemos sentadas en la arena le contaría el por qué. Ella no
insistió, tal vez vio mi cara de temor, y me quedé contenta en la orilla
gozando del día.
B.R